miércoles, 20 de agosto de 2008

Un recuerdo, mañana

Por el techo de calaminas se filtran las últimas gotas de la lluvia nocturna. Las manchas de humedad desaparecen al ritmo que el día va amaneciendo. La melodía que produce el agua al caer en los platos, va cesando y bajando el tono. Se opaca la gotera. Y hasta que notas que la silenciosa orquesta es apagada por el minutero de ese reloj en la pared, se puede decir que por fin ha amanecido.

Mis tres cojines son cómodos como siempre. No obviaré que la cama tiene el tamaño ideal para aguardarme. Esa madera fría al lado izquierdo del catre, complementa la perfección de mi sala-cuarto. Al lado derecho, detrás de la imagen de mi uniforme de colegio, se filtra la luz por los ventanales. Con esos marcos de madera a medio pintar que inexplicablemente chillan ante cualquier movimiento. Observar su silencio, aún es una tarea confortable.

En estos momentos, la emoción nace al saltar de mueble en mueble. Sólo que mamá saliera de casa me da la indicación. Una danza es iniciada. Consiste en saltar de uno a otro. Gran logro cruzar sin caer al suelo. Luego de recorrer por los tres, la ventana era mi objetivo. Color blanco y con manchas negras. Cuatro cuadrados agrupados dentro del marco mayor. Éste con su correspondiente copia al costado, como dos gemelos que trabajan, juegan a colocarse uno delante del otro y envejecen juntos. Lograr pararme en ese perfecto recuadro era mi gran ilusión. Nunca lo logré.

Rápidamente van ingresando los rayos de luz por la habitación. La acción es acompañada. La alarma del reloj comienza a sonar. Por fin despertará mi papi. Todo sucede automáticamente. El lo apagará. Corte de sonido que indica: papá ya se ha sentado. Viene el ligero arrastre de las sandalias mientras se las va poniendo. Le sucede una resonancia muy familiar. Se está acercando. Me hago la dormida. Sé que al hacerlo, escucharé su voz como una melodía “¡Isabel Alejaandra!”. Se va ha aproximar a mí, lo hace y me acaricia la cabeza. Ahora puedo despertar. Él continúa su camino y prende la luz del baño. Este sonido es la pauta que me deja abrir los ojos tranquilamente. El día ha comenzado con éxito. Sólo miraré esos platos, cada uno con su charco de agua. Esperaré que mi mamá despierte. Ella los recogerá y luego traerá mi uniforme. Jala uno de esos muebles de madrera donde amo saltar y toma asiento. Únicamente comienza a cambiarme y yo no opondré resistencia ni haré murmullos. Decir una palabra, podría traer consecuencias.

Isabel Madrid Peña