viernes, 14 de noviembre de 2008

El coleccionista

Sus manos tiemblan. Experimenta una mezcla de emoción y terror a la vez, estas dos juntas forman la sensación perfecta. No deja de tocarse el rostro. Otra vez lo había logrado. Afuera llovía y llegaba en invierno.

Una de las personas que solía visitarlo a medio camino, lo esperaba en su sala. Su casa aparenta ser el único lugar seguro de la zona, la mejor para pasar la noche sin ningún riesgo. Pedro luce como un buen hombre de no más de cincuenta años, y su presencia brindaba confianza a cualquiera.

Sale de la cocina con un una taza de manzanilla en las manos -¿hace frío no?- pregunta él amablemente, -Me estaba congelando allá afuera- responde Claudia frotándose los brazos, mientras reposa en un mueble de fundas marrones. Pedro le acerca la taza de manzanilla y Claudia la recibe mientras le agradece con un ligero movimiento de cabeza. –Beba tranquila y caliéntese, acá las noches son muy frías- afirma él. Ella continúa tomando de la infusión cuando decide preguntar -¿y usted vive sólo aquí?, ¿en medio de la nada?-, él sonríe tiernamente y responde –mi hija falleció hace dos años, ésta era nuestra casa de campo, y desde que murió decidí venirme a vivir acá, alejado de todo el mundo exterior que cada día está más loco.- El ambiente se queda en silencio, Claudia continúa tomando la infusión lentamente. Pedro rompe el silencio –señorita, usted no puede irse con tremenda lluvia y el camino debe estar oscurísimo, si desea puede pasar la noche acá.- Ella lo ve por un momento y vuelve a bajar la mirada hacia la taza de manzanilla. –No se preocupe- insiste él –esta casa me queda grande para mí sólo. Los cuartos sobran y no se preocupe que no le cobraré la noche.- Ella suelta un par de tímidas risas, lo mira y responde –pues muchas gracias señor Pedro, la verdad que ya casi estoy sin gasolina y me quedaría botada en medio camino, yo mañana temprano me voy sin darle más molestias.- Pedro sonríe mientras ve a la joven sentada en su mueble de fundas marrones.

Claudia está acostada en una cama de sábanas y colchas blancas. Está tapada hasta el cuello, pues hace demasiado frío en esa zona, por la ventana observa que la lluvia es más fuerte a cada momento, y el silencio de la casa hace de ésta una noche muy incómoda.

Aún acostada en la cama, Claudia lucha contra un extraño mareo qué no la deja entrar en su sueño. -Normalmente el sueño no me marea- piensa ella, su mareo le preocupa, pero por más que piensa en hacerlo, no se para de la cama, sigue echada allí, en el mismo lugar donde se acostó. –Debe ser el ambiente piensa ella- se pone de costado dando la espalda a la ventada y decide dormir. Claudia soñó que estaba en un partido y que ella era el balón de fútbol. En otro sueño, se veía mirando a las personas desde muy abajo, estaba en el suelo, observando cómo el mundo caminaba a su alrededor. Después soñó que flotaba en el aire, como si fuera cargada por una fuerza superior a ella.

Va abriendo los ojos lentamente, parece despertar de un largo y profundo sueño. Lo primero que Claudia logra ver es a un hombre de negro frente a ella, está sentado en una silla de metal. Parece estar en un sótano, no hay mayor luz que la que produce una bombilla en medio del cuarto. Al reunir un poco de fuerzas, se da cuenta que está paralizada, se observa lo más que puede y nota que está arrodillada, sus manos y cabeza están sujetas en una madera. No puede más que mover los hombros.

El hombre que está frete a ella se pone de pie y se acerca –buenos días señorita, espero haya dormido a gusto.- Ella lo mira aterrada sin decir una sola palabra. Pedro se acerca a una vieja congeladora que está a un lado del cuarto y la abre. Saca de ella un frasco y se lo acerca. Al verlo, ella suelta un ligero grito de horror, lo que contiene el frasco es la cabeza de una jovencita de no más de 15 años. -¿Para qué me muestra eso? pregunta ella. Pedro guarda nuevamente el frasco, cierra la congeladora y se pone de pie frete a Claudia. – ¿Recuerda que le hablé de la muerte de mi hija? Pues en ese tiempo, ella ya había cumplido quince años, pronto podía dejarme sólo aquí y yo… es mi niña y no podía dejar que se vaya. Hasta me había dicho que le gustaba un jovencito de la escuela- Pedro se lamentaba mientras Claudia buscaba la manera de zafarse, Él la mira y se acerca –no podrá salir señorita, a su costado hay un candado y está cerrado. Bueno la razón por la que la tengo aquí es porque debe hacerle compañía a mi hijita- Pedro se dirige nuevamente al congelador y esta vez saca dos frascos, en cada uno habían cabezas humanas. Saca un tercero y en él estaba la cabeza de un perro. Llena de espanto, Claudia comienza a gritar, a pedir auxilio, pero todo era en vano, en medio de ese bosque no habita nadie más que este hombre. Ella llora y le ruega que no le haga nada, la voz se le quiebra. Pedro se acerca a ella y le dice –señorita Claudia, usted va ha hacerle compañía a mi hijita, ella está muy sola y por eso me he encargado de traerle amiguitos, pero lo mejor es que todo es dentro de esta casa, mi niña ya no me dejará solo, usted será su nueva amiga- Claudia continúa gritando mientras él prepara sus instrumentos para degollarla. Con todo listo, Pedro se acerca y le dice –me saluda a mi hijita señorita.- deja caer la lámina afilada sobre su cuello, mientras éste se corta y deja caer al suelo su cabeza.

Pedro se acerca y se queda de pie frente a la cabeza de Claudia, no deja de mirarla, las manos le tiemblan. Experimenta una mezcla de emoción y terror a la vez, estas dos juntas forman la sensación perfecta. No deja de tocarse el rostro. Otra vez lo había logrado. Afuera llovía y llegaba en invierno.


Isabel Madrid Peña