sábado, 4 de octubre de 2008

Y muero...

Por fin había decidido contarlo, ese suceso que por tanto tiempo guardé. No esperaba que lo odien o lo denuncien, ya habían pasado 10 años desde que él no me tocaba.

Tampoco comprendo bien porqué lo hice. Mi madre sólo me dijo que sea sincera con ella, que siempre me comprendería. No sé porqué se lo dije, me sigo arrepintiendo. Todos los años de mi vida ella me dijo que le confiara cualquier cosa, siempre lo hice, pero confesarle entre lágrimas, tapándome el rostro con vergüenza, y ella desconcertada preguntando qué me sucedía. Decirle que mi hermano abusaba de mí, nunca debí hablar de eso.

Ya no me afecta esa oscura historia, había perdonado a mi hermano. Creo que sólo necesitaba decirlo, sacarlo por fin de mi interior, pero nunca esperé esa respuesta. Mi madre, que me tenía abrazada a su pecho, al oír estas palabras, me empujó con horror, peguntando si estaba loca o drogada, dijo que nunca más hablara de esas estupideces, que mi hermano nunca me había tocado. Me dio una cachetada mientras lloraba, luego me empujó en la cama y soltó las últimas palabras que escuché de ella. Se puso de pie mientras decía que yo era una mierda, que no creería lo que había dicho y que nunca pensó hasta dónde llegaría para llamar la atención.

Continué en el mismo lugar, llorando por horas sin sentido, por mi culpa, muriendo por un hecho del que no debía hablar. Ya no tenía secreto. Sólo quedaba una cosa, entregarme a la muerte.

Estando en la bañera, ya tenía todo planeado. Había pensado en mi muerte desde que era una niña y mi hermano todavía me violaba. Respirar bajo el agua, representaba la muerte y mi mayor ilusión.

Había vomitado en el inodoro, quería lucir hermosa cuando encuentren mi cuerpo. Siempre vomitaba cuando quería estar más delgada, y esta era una ocasión especial. Mi cuerpo estaría desnudo en la bañera, talvez hasta salga en los periódicos.

Relajada, sin poder controlar las lágrimas que brotaban de mis ojos, me invadía una paz inquietante. No me gusta el silencio, pero en esos momentos era preciso. Recuerdo la voz de una amiga que siempre decía que yo estaba loca, creo que era cierto. Estaba desesperada por respirar agua, mi gran sueño. Ya nada me lo impedía.

Comencé a hundirme lentamente en la tina, poco a poco mi cuerpo resbalaba en la superficie, tal como lo practiqué tantas veces. El agua iba llegando a mi cuello, pero no tenía miedo, por el contrario, estaba invadida por ansias. Ya no había vuelta atrás, continuaba descendiendo. Mis labios sentían el frío, abrí la boca, mi rostro ya estaba perdido, mis ojos seguían llorando. En la nariz sentí que llegaba la muerte, tan misteriosa como siempre la imaginé. Terminé de hundirme, aún tenía oxígeno y no pretendía salir del agua, era extraño, quería flotar y vivir en ella. Me atreví y di fuertes respiros, no lo dudé. Morir no fue como lo esperaba. El frío me invadió, y yo seguía hermosa en la bañera.


Isabel Madrid Peña